El presidente que se jura “transformador de México”, el que pregona la “democracia” y la “defensa de la libertad de expresión”, el que compara su obra de apenas un año y medio con la Independencia, la Revolución y la Reforma y se autocoloca a la altura de próceres de la Patria como Hidalgo, Madero o Juárez, está demostrando ser mucho más pequeño que esas figuras porque se irrita y se descompone cuando abre un periódico como EL UNIVERSAL y no encuentra artículos ni columnas donde hablen bien de él y su gobierno.
Y si no encuentra loas, elogios e inciensos en las páginas impresas o en los contenidos de un medio, concluye entonces, desde su confundida e ideologizada visión de la democracia y la libertad de expresión, que “en México no hay periodismo profesional ni ético, porque los periodistas están más cerca del poder, sobre todo del económico, que del pueblo”. El juicio del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre la calidad del periodismo mexicano es tan falaz, subjetivo e irracional, como su visión de que en año y medio, con algunas reformas constitucionales, con su austeridad republicana y con un persistente discurso contra la corrupción –que hasta ahora ha generado más percepción que golpes reales contra la impunidad– este país “ya cambió” y ya vivimos una “cuarta transformación”.
Un juicio tan visceral como injusto, que descalifica el trabajo de tantos periodistas y medios en México, parte además de premisas y razonamientos totalmente equivocados de López Obrador: primero porque él no se asume como el poder, el cual detenta y ejerce con toda su fuerza y dureza, entre los mexicanos. En esa calidad es que los medios y los periodistas le analizamos y lo criticamos, como el poder que representa, porque la esencia y la razón de ser de la libertad de prensa es criticar y cuestionar al poder. Otra cosa es que él y sus seguidores más fieles lo vean el representante legítimo del “pueblo” y como el artífice de una transformación en marcha y que pretenda que así lo vean todos los medios y los periodistas. Tal vez algunos periodistas militantes y convencidos de su proyecto u otros mercenarios y acomodaticios, lo vean y lo analicen de esa manera, pero no todos podemos verlo como él exige, con los ojos de la fe y la convicción política.
Nunca en los más de 30 años que tengo como periodista, 20 de ellos escribiendo diariamente esta columna, escuché a un presidente llorar y quejarse en público de las críticas de la prensa y de lo que los articulistas y columnistas escribían sobre él, mucho menos erigirse en juez calificador o descalificador de los “buenos” o los “malos periodistas”, según se hable de él. Me ha tocado criticar, comentar y cuestionar, desde este espacio, las acciones, dichos y decisiones de los últimos 5 presidentes de la República, incluido el actual, y no recuerdo a ninguno de ellos, salvo a López Obrador, chillar un día sí y otro también, sobre lo mal que lo trata la prensa y los medios, desaprobando y atacando públicamente el trabajo de periodistas que lo critican y que no le dirigen loas ni elogios, como sí hacen algunos a los que él refiere como “buenos periodistas”.
Seguro que a ninguno de los expresidentes que han sido repasados y cuestionados en este y muchos otros espacios periodísticos les hacía gracia la crítica; es más, algunos ni se enteraban porque no leían periódicos, pero es un hecho que varios de ellos, que no se quejaban en público sí lo hacían en privado y hasta fueron mucho más censores y agresivos con la prensa al pedir, a través de sus voceros y operadores de medios, la remoción, castigo o de plano el despido de los periodistas “incómodos” que los cuestionaban. Pero nunca ningún presidente vociferó ni perdió tanto tiempo cuestionando a los medios y lamentándose de lo que dicen o no dicen de él, como lo hace Andrés Manuel López Obrador.
El nivel de intolerancia a la crítica que muestra el presidente –de cualquier tipo pero especialmente a la de los periodistas– sólo puede entenderse de dos maneras: o su ego personal es enorme y no soporta los comentarios negativos ya sea de él o de su gobierno, o estamos ante un perfil autoritario y dictatorial que, bajo la lógica del blanco y negro o del “estás conmigo o estás contra mí”, confunde y no entiende que la critica y el análisis que se hace de su gobierno no es un tema de “liberales o conservadores” sino más bien de la revisión obligada de su papel actual como gobernante y representante del poder.
López Obrador ha dicho que él no es todólogo y con sus berrinches y ataques a la prensa crítica, lo único que demuestra es precisamente su total ignorancia sobre el periodismo al que confunde con “propagandistas del gobierno”. Si el presidente quiere solo leer, escuchar o ver medios y periodistas que hagan de sus comparsas, como los personajes que le ponen en sus conferencias mañaneras, también puede tenerlos, como de hecho los tiene. Pero que deje de quejarse y de lloriquear todos los días, mientras ataca y demoniza desde su púlpito, al periodismo que ha decidido no hacer la cobertura y el análisis de su gobierno desde la creencia y la fe en su proyecto, sino desde los datos duros, objetivos y desde la investigación y la opinión sobre la actuación de su gobierno y los resultados que está generando.
Cuando el presidente invoca su “libertad de expresión” para poder criticar y responder él a la crítica que se publica en los medios contra su gobierno tiene razón en una parte: él tiene el mismo derecho que cualquier otro ciudadano y periodista a expresar y decir lo que piensa y a dar su versión de las cosas; pero a lo que no tiene derecho es a dedicarse todos los días, perdiendo tiempo realmente valioso que podría dedicar a asuntos más importantes y necesarios para el país que gobierna, a estar descalificando, atacando y azuzando a la polarización y la descalificación de los profesionales del periodismo. Y menos cuando lo hace a través de mentiras repetidas que pretenden ser verdad, como decir que quienes lo criticamos es porque no nos da “chayote” o que “antes no criticábamos a otros presidentes y gobiernos”. Ambas cosas son tan falsas como decir que su gobierno sigue pagando “chayote” porque les dé publicidad o contratos a periodistas, a algunos de los que él mismo llama “medios alternativos” y otros en forma de contratos publicitarios que le da a algunos medios que sí son de su agrado e interés.
No soy de los periodistas que se toman las cosas personales ni me gusta escribir sobre polémicas o debates y menos con el presidente, pero ese estilo inédito de atacar a todo mundo desde la Presidencia y ese nivel de intolerancia a la crítica, obligan a decirle a quien hoy nos gobierna a todos los mexicanos que se serene y que entienda que ya no es el líder social que arenga desde el mitin o la plaza; que hoy tiene una investidura que debe enaltecer no envilecer y una tribuna que le da todo el poder y cada palabra suya, cada descalificación y comentario negativo sobre cualquier mexicano, institución o empresa tiene un efecto brutal.
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Entienda, señor presidente que por mucha “transformación” que usted crea estar haciendo, la democracia y las libertades en este país no van a cambiar y que la prensa y los periodistas seguiremos haciendo la labor que nos corresponde incluso después de que termine su sexenio. Acostúmbrese a la crítica mientras esté en el poder y deje de dar lecciones de moral, de periodismo y de cuanta cosa le preguntan en sus conferencias; ponga a trabajar y a operar a sus voceros, que hagan su trabajo y desmientan, refuten o aclaren lo que le parezca falso o injusto en los medios y la prensa, mientras usted se concentra en sacarnos adelante a todos los mexicanos de las fuertes crisis que se nos vienen después de esta pandemia.
Aquí seguiremos para contar lo que suceda en este país y en su gobierno, con la libertad que nos otorga la Constitución y con la responsabilidad, el rigor y la ética que nos exige nuestra profesión. Para parafrasear al mismo López Obrador que lo repetía constantemente en campaña y lo ha vuelto a sostener hoy que es presidente: “si ser ‘periodista conservador’ es criticar y cuestionar al poder, que me apunten en la lista”.