¿Qué hacemos con las escuelas?

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Carlos Puig

¿Cuánto dinero necesita una escuela para regresar a clases presenciales? ¿Cuántos tapabocas, para aquellos que no traigan porque se les olvidó o no tienen? ¿Cuántos termómetros deben comprar? ¿Cuánto debe gastar en material de limpieza y desinfectantes? ¿Cuánto en marcadores de distancia? ¿Cuánto en guantes? ¿Cuánto en mejorar el internet (si es que tienen) o cuánto en contratarlo? ¿Cuánto en construir, remodelar baños y limpiarlos con la frecuencia necesaria? ¿Cuánto en computadoras y programas para permitir el mayor uso de educación en línea? ¿Cuántas escuelas no tienen agua potable suficiente para el lavado de manos constante? ¿Cuánto personal se necesita para cuidar la sana distancia entre niños y jóvenes, seguramente urgidos de abrazarse y jugar? ¿Cuánto cuestan algunas medidas necesarias para controlar lo que se come y bebe en las escuelas? ¿Cuánto cuesta ordenar a los padres de familia que a la salida se arremolinaban para recoger sus pequeños? ¿Para los que usan transporte escolar, quién controla la sana distancia?

¿Cuántos de nuestros maestros están en situación de vulnerabilidad frente al virus? ¿Cuántos son diabéticos? ¿Cuántos tienen sobrepeso? ¿Cuántos tienen una edad que los pone en mayor riesgo en caso de contagiarse? ¿Cuántos dependen de poder dejar a sus propios hijos en la escuela para poder ir a dar clase? ¿Cuánto personal hay para sustituir a aquellos que se sienten mal, que dieron positivos?

Leo el decreto de austeridad para la segunda parte del año publicado el 23 de abril y dice: “Tendrán trato excepcional la Secretaría de Salud, la Guardia Nacional y las Secretarías de Marina y de la Defensa Nacional”. No dice la Secretaría de Educación Pública.

Nuestras escuelas, de por sí con pocos recursos, están en un problema. Al mismo tiempo, no hay regreso posible a algo que se parezca a nueva normalidad sin escuelas. No hay tampoco regreso a la actividad económica que ayude a recuperar lo mucho perdido sin escuelas. Los primeros estudios en Estados Unidos de cuánto se pierde por la incapacidad de los padres de trabajar por tener que encargarse de sus hijos son impresionantes.

Y no regresar pronto, en un país con poco acceso a internet y a computadoras, por optimistas que seamos, sabemos que eso no puede funcionar mucho tiempo más sin sacrificar el aprendizaje de una generación, con graves consecuencias. La más difícil de las decisiones.

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