Por Sebastián Jaimes Garfias
Twitter: @Sebastian_JG16
El pasado martes 15 de septiembre ocurrió un acontecimiento inédito en la historia de la celebración de las fiestas patrias modernas: un grito de Independencia sin gente, sin público. Una celebración eclipsada y rebasada por una abrumante realidad que se compone de violencia, feminicidios, corrupción, inseguridad y más recientemente una crisis sanitaria y otra económica.
Una realidad que por más que avanza el tiempo, no deja de envolvernos, de abrasarnos. Dadas las circunstancias, se trató paradójicamente de un grito triste y silencioso. A pesar de todo, fue un grito que, de alguna manera, se ajustó a las exigencias del momento.
En contraste con el grito del año pasado, resulta interesante plantearse o tratar de imaginarse lo que pasó por la cabeza del presidente en esos momentos; ¿qué habrá sentido? Sin miedo a equivocarme, estoy seguro que para nada se sintió contento o satisfecho por más que haya tratado de aparentar lo contrario.
Al final del día y a pesar de todo, espero que la experiencia del grito silencioso le haya servido al presidente para hacerse importantes reflexiones sobre la realidad del país, la realidad que no es suya, la realidad que no ve. Por otra parte, horas antes, también sucedió la contradictoria, mal definida y mal entendida rifa del avión que no rifaba ningún avión. Un activo utilizado hasta el cansancio y exprimido hasta su última consecuencia para desviar la atención de la agenda nacional cuando fuera conveniente.
Afortunadamente, para bien o para mal de los mexicanos y del presidente, ya terminó esta puesta en escena. Toca ahora tratar de adivinar la siguiente, pues este tipo de teatritos le resultan efectivos al licenciado López cuando de controlar la discusión nacional se trata.
En lo personal, y por algunas de las razones expuestas al principio de este texto, los gritos y celebraciones de Independencia me dejan siempre con un mal sabor de boca.
Estos no fueron la excepción. Aun así, espero genuinamente ver muchos cambios para bien el próximo año; tener razones genuinas para celebrar al país y a su gente. Celebrar que logramos navegar exitosamente por las tormentosas crisis (la económica y la sanitaria), ver que las brechas de la desigualdad se redujeron, poder ver a las mujeres salir y vivir libremente y sin miedos, tener la certeza de que ya no hay corrupción y poder ver progreso y bienestar en todas direcciones. Verdaderamente espero que así sea.