La “cuarta transformación” del crimen organizado

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La reciente toma de la capital de Guerrero por parte de 2.000 vecinos movilizados de los pueblos, por el grupo criminal Los Ardillos, es un claro indicio de que la relación entre la sociedad mexicana y el crimen organizado ha entrado en una nueva etapa: la cuarta transformación. Este fenómeno va más allá de una simple intensificación de la presencia de grupos delictivos en la vida pública, sino que implica cambios cualitativos que anticipan escenarios distópicos. Así lo mencionó el periodista Jorge Zepeda Patterson.

Etapas del narcotráfico

En una publicación de El País, Patterson señaló que la primera etapa del crimen organizado y la sociedad, hace medio siglo, se centraba en el tráfico de drogas, como el cultivo de marihuana en áreas aisladas del norte de México y su posterior traslado a Estados Unidos. Esto dio lugar a los cárteles históricos de Sinaloa, Tijuana y el Golfo en las décadas de 1970 y 1980. Aunque violentos, estos cárteles y sus métodos son ahora parte de una historia casi anecdótica.

La segunda etapa surgió con el cambio del tráfico de drogas al control del consumo en distintas plazas mexicanas. Esta transformación se debió al bloqueo aéreo e impuesto marítimo por el gobierno de Estados Unidos a la cocaína colombiana que transitaba por el Mar Caribe y el Golfo de México. Esto abrió paso al contrabando a través de México, lo que provocó un crecimiento exponencial en los recursos de los cárteles mexicanos y su capacidad para corromper a las autoridades a gran escala.

Además, los cárteles colombianos comenzaron a pagar a los mexicanos en especie, lo que les permitió adentrarse en el mercado de consumo en el territorio mexicano.

Esta lucha por el control de las plazas dio como resultado violentos enfrentamientos y fortaleció las facciones más salvajes dentro de los propios cárteles. Pero lo más importante y drástico fue la necesidad de control territorial.

“Vender droga afuera de una preparatoria requiere subordinar a la policía que patrulla la zona y a los inspectores locales. Una vez que se controla eso, no hay razón para no extorsionar a los vendedores de jícamas de la banqueta o la tienda de la esquina. Y como cualquier otro negocio, los negocios ilícitos buscan expandirse de manera incesante; la misma lógica de la escuela se extendió a los tianguis, al comercio informal y luego al formal, a la piratería, al robo en carreteras y de autos, al secuestro, a la tala clandestina, al huachicol”, precisó el periodista.

Desarticulación de grupos criminales condujo a la fragmentación de bandas

Los gobiernos, incluido el de Felipe Calderón y los subsiguientes, han atacado este problema desde arriba con golpes efectistas, pero la realidad operaba imparable a nivel de base. La desarticulación de algunos grupos criminales simplemente condujo a la fragmentación de las bandas y al predominio de las facciones más violentas. Se hizo poco o nada para detener la avería social en barrios y poblados, o para fortalecer a las autoridades locales que eran la primera línea de contacto con esta problemática. La centralización de la estrategia debilitó las bases del estado mexicano en materia de seguridad y facilitó la infiltración del crimen organizado.

La tercera etapa del crimen organizado

El aumento en la escala y diversidad de la actividad criminal ha llevado a una tercera etapa: la necesidad de un control absoluto y, por ende, político en muchos territorios. En un principio, esto se descarta con la neutralización de alcaldes en pequeñas localidades, ya sea mediante amenazas o sobornos, y luego con la intervención directa en los procesos electorales. En algunas entidades del norte y centro del país, da la impresión de que los gobernadores han hecho pactos implícitos o explícitos con los cárteles dominantes de la región para evitar problemas. Es difícil juzgarlos cuando carecen de los recursos para enfrentarlos.

“Pero me parece que ahora estamos viviendo una especie de cuarta transformación, por la presencia de dos nuevos rasgos: un énfasis geográfico adicional al extenderse al sureste atrasado, y una modalidad política que no habíamos visto al vincularse a movimientos sociales de carácter tradicional. Por lo que toca al primero, la omnipresencia de cárteles y bandas en Chiapas, Guerrero, Puebla o Michoacán, particularmente en las zonas campesinas, antes ignoradas por el narco salvo en las montañas propicias para el cultivo de amapola y marihuana”, explicó Patterson.

Los cárteles siempre han buscado una especie de legitimación social en su entorno, aseguró el periodista. Lo anterior se debe a razones que van desde la vanidad hasta la búsqueda de seguridad adicional. Pero ahora parece haber una simbiosis mucho más profunda en el sureste. Existen poblaciones donde gran parte de sus habitantes asumen que su supervivencia depende de las actividades de las bandas criminales. Esto puede ser resultado de una mezcla de temor, conveniencia y falta de oportunidades.

Con el tiempo, estos actores se han mimetizado con la población en algunas áreas. Los líderes de estas organizaciones son locales, aunque trabajan en sociedad con bandas de alcance regional. Por lo tanto, no es que 2.000 personas hayan sido manipuladas a protestar en Chilpancingo. Por el contrario, salieron en defensa de un estado de cosas con el que están de acuerdo y que se sintieron amenazados.

“Para ellos, el Estado mexicano es una entidad foránea, heterogénea e inconsistente a lo largo del tiempo; su realidad es un orden local presidido por los hombres fuertes de la región, autoridades locales sometidas y un precario equilibrio económico que depende de las actividades subordinadas a las bandas”, declaró el comunicador.

Desenmarañar esta compleja situación no será fácil a ojos del periodista. Hasta ahora, las estrategias seguidas por los gobiernos centrales han fracasado, independientemente del partido político. Aseveró que aunque AMLO ha intentado cambiar el paradigma con las fuerzas federales, está claro que ha hecho poco para abordar la autoridad local.

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Con información de El País.

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