Dos presidentes que no creen en la pandemia. Mientras el mundo entero busca desesperadamente aplicar medidas para contener el contagio del coronavirus, Jair Bolsonaro, en Brasil, y López Obrador, en México, se toman su tiempo para hacer bromas y negar la realidad.
El martes pasado el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, criticaba en cadena nacional las medidas de confinamiento adoptadas por diversos gobernadores y llamaba “gripita” a la pandemia. Aseguró que no había necesidad de cerrar escuelas, pues los más afectados por Covid-19 son las personas mayores de 60 años. En México, el presidente López Obrador ha pasado por diversas etapas en el discurso, sin embargo, a pesar de que el país ya se encuentra en fase de contagio local sigue sin tomar en serio las medidas de aislamiento social recomendadas por los expertos.
Ambos presidentes comenzaron por minimizar el problema y con ello, desautorizar las medidas primero preventivas y luego de mitigación (en el caso de Brasil) para contrarrestar el crecimiento de contagios que suele ser exponencial. Curiosamente, a pesar de provenir de alas ideológica y políticamente distintas, ambos presidentes sostienen el mismo argumento: el aislamiento social y la consecuente crisis económica que provocará serán más costosos para los más pobres que las muertes provocadas por la pandemia.
Esta narrativa pareciera encontrar sustento en los diversos artículos y opiniones que ha vertido el doctor alemán Wolfgang Wodarg, expresidente de la Comisión de la Salud del Consejo de Europa, quien en diversos artículos ha criticado abiertamente las medidas de aislamiento social implementadas en todo el mundo asegurando que el nuevo coronavirus no es más letal que el virus de la influenza y que no existen datos que permitan sostener que lo que enfrenta la humanidad hoy, sea una pandemia distinta a los contagios de gripe normales que se viven año tras año.
Ante lo que ocurre hoy con el Covid-19, el doctor Wodarg ha sido particularmente crítico con la aplicación de pruebas para detectar los contagios. Desde su perspectiva, no hace ninguna diferencia, debio a que de cualquier forma las personas se van a contagiar y esos contagios en la mayoría de los casos tendrán pocos o nulos síntomas. Señala que “entre más pruebas se hagan, más contagios se encontrarán”.
Sin embargo, en algún punto de la narrativa las cifras no cuadran, particularmente las de los muertos. Los sistemas de salud en el mundo están acostumbrados a lidiar, temporada tras temporada con casos de contagio de influenza y gripe estacional, muchos de ellos que se agravan y requieren hospitalización. Muchos de ellos morirán.
Lo que actualmente ocurre en Italia, con los sistemas de salud colapsados y un número de muertos que ha superado los 6 mil (llegando a tener casi 800 en un sólo día) en tan sólo un mes, con las morgues saturadas y los hospitales reventados, parece contradecir esos dichos. Y de datos no paramos. Estados Unidos, con Donald Trump a la cabeza, ha cambiado de idea sobre esta pandemia, luego de ver cómo se incrementaban rápidamente las cifras de muertos en todo el país y particularmente en la icónica ciudad de Nueva York que ahora se ha convertido en el epicentro del desastre en aquel país.
Es innegable el impacto económico que tendrán todos los países que han aplicado medidas de aislamiento social drásticas, pero también es innegable que también está en manos de los gobiernos implementar medidas colaterales para contrarrestar ese impacto en los más pobres. El futuro de miles de personas dependen de qué tan bien o tan mal, de qué tan oportunamente se tomen las decisiones de política pública, especialmente para salvar vidas.