Ayer, como siempre, leía al periodista científico Javier Sampedro en el diario El País. Su pluma en tiempos de pandemia se ha convertido en una luz necesaria, no sólo por su claridad en conceptos enredados como el comportamiento del virus desde el punto de vista de la ciencia, sino por su capacidad de ponernos en los pies de un médico de terapia intensiva y la decisión que tiene en segundos para perder o ganar una vida, o de la semilla del mal en esos hackers que están tratando de infectar los sistemas de los hospitales de Madrid. Su visión va hacia el pasado con lo que hicimos mal, dibuja el presente crítico y disuelve la nebulosa que viene. Ya lleva varias columnas diciendo que no entiende ese optimismo sociológico que se ha impregnado en decenas de columnistas, empresarios y público en general sobre que saldremos como una sociedad más consciente, menos consumista y más fortalecida después de esta pandemia. Para él, seguiremos el mismo camino de la autodestrucción –no lo pone así–, pero no ve elementos para decir que cambiaremos positivamente cuando tengamos la vacuna contra la enfermedad Covid-19. Aquí un fragmento de ese pesimismo bien fundamentado: “Si todo va bien, en ese momento (segunda mitad de 2021) se habrá disipado la pandemia, y la humanidad volverá a caer en el pozo oscuro de la mala gobernanza, el mito neoliberal y la intolerable desigualdad. Y tal vez el pozo sea entonces aún más profundo que antes del virus, por mentira que parezca”. ¡Gulp! Sin embargo, en esta misma columna titulada ‘Una mirada distópica‘, al menos nos da un par de ideas para saber si el gobierno en turno realmente tiene la intención de hacer un ‘cambio’ de ahora en adelante, de hacer las cosas distintas en materia de ciencia y de salud –al menos es lo que rescato cuando habla del escaso presupuesto que se les ha dedicado a los sistemas de salud y de la billonaria bolsa a los programas armamentistas.
Así que es buen momento para marcar una ruta, para decidir si nos vamos a quedar en el “pozo oscuro”, o si el gobierno de López Obrador estará a la altura de las circunstancias. Veremos en los próximos meses si la 4T dará una respuesta distinta a una tragedia que marcará a varias generaciones. No se me ocurre un mejor pretexto para un viraje en el impulso a la ciencia en este país que lo que estamos viviendo todos los días. Las voces de cientos de médicos, investigadores y académicos han tomado los micrófonos de los medios de comunicación para explicarnos el cómo llegamos aquí y también cómo salvarnos. De acuerdo con datos del Banco Mundial, México ha destinado en los últimos años cerca de .4 por ciento del PIB en investigación y desarrollo. Es imposible pensar que en un sexenio podemos pasar al gasto de Corea del Sur, que llega hasta 4.55 por ciento, o de Suiza o Suecia, que ronda 3.3 por ciento de su PIB, pero se imaginan la señal que daría este gobierno si duplica el gasto en los próximos cuatro años; si terminamos este sexenio dedicándole a la ciencia al menos 1 por ciento del PIB. ¿Qué se lograría? ¿Cómo marcaría este hecho a las generaciones de estudiantes que fueron testigos presenciales de una pandemia que los mantuvo tres meses recluidos?
Hay distintos tipos de respuestas: las inmediatas, que tocan a un desbordado sistema de salud, y algunas a mediano y largo plazos, que pueden marcar la ruta de un país. Muchos han coincidido que el legado del Presidente está en juego con esta pandemia. La respuesta la tendremos en menos de dos meses. La carta de poner a la ciencia como una prioridad de gobierno sería un camino que hoy nadie vislumbra en el futuro de este gobierno. Ojalá este país, como lo está haciendo el mundo, cambie radicalmente en la manera en la que tratamos a nuestros investigadores, científicos y académicos, esa sí sería una verdadera transformación.