Alemania tiene un ángel, y su apellido es Merkel.
México tiene problemas, y López Obrador es parte de ellos.
Nuestro Presidente, con un respaldo inigualable en las urnas, con poder de sobra para impulsar el desarrollo y el bienestar, se negó a darle prioridad a la ciencia y a la salud, y lleva a los hechos su aversión a la libre empresa.
Merkel y AMLO, dos posiciones antagónicas para enfrentar la crisis del coronavirus y sus consecuencias en la economía.
El domingo se publicó en El País un espléndido reportaje de Ana Carbajosa sobre la gestión de la canciller alemana ante la doble crisis que enfrenta la humanidad. El relato puede sacar lágrimas de emoción, o de envidia.
Relata que el fin de semana en Munich había filas de gente para comprar helados, los niños se correteaban en las calles y los adultos tomaban el sol en los parques. Las tiendas ya estaban abiertas desde hace algunos días.
El problema no se ha ido de Alemania, pero la curva se aplanó, el sistema hospitalario resistió y ahora atienden a infectados de otros países.
Así la situación, Angela Merkel pidió a la población que no se confíe y dijo al parlamento que Alemania camina sobre una delgada capa de hielo. “No estamos en la fase final del coronavirus, sino apenas en el principio”.
La física, con doctorado en química cuántica, ordenó, desde la aparición del primer caso de coronavirus en su país (27 de enero), la realización masiva de test (pruebas) para aislar a las personas que tuvieron contacto con personas contagiadas.
Ella misma se sometió a cuarentena por haber estado cerca de un contagiado, y su discurso del aislamiento fue creíble.
De esa manera, con test y aislamientos de los casos posibles, Merkel logró frenar la propagación silenciosa del virus.
En Alemania se han practicado dos millones de test en 161 laboratorios. Cada semana se realizan entre 300 mil y 400 mil pruebas, con la idea de llegar a cuatro millones de pruebas a la semana.
Aumentó el número de camas de la unidad de terapia intensiva, de 28 mil a 40 mil.
La mortalidad del virus en su país es de apenas 3.4 por ciento.
En economía, entregó apoyos a empresas y trabajadores por un equivalente al 30 por ciento del Producto Interno Bruto de Alemania.
De esa manera no sólo las empresas grandes han podido resistir, las cadenas de suministro no han muerto, sino también los peluqueros, los vendedores de salchichas en puestos en la calle, las manicuristas y podólogas reciben una cantidad suficiente de dinero.
Parte de su tiempo lo ocupa en paneles multidisciplinarios, donde recibe los consejos de epidemiólogos, psicólogos, juristas y economistas. Merkel, en 14 años de mandato, sólo se ha dirigido una sola vez por radio y televisión a sus gobernados: a mediados de marzo, para explicar a sus compatriotas que estaban ante el mayor reto desde la Segunda Guerra Mundial.
Así de transparente. Cero triunfalismo, y los alemanes se han unido en torno a ella y le dan una aprobación de 90 por ciento a su gestión ante el Covid-19. Una estadista en toda la línea.
Hasta ahí lo que nos trae el reportaje de Carbajosa en El País. Veamos nuestra crónica.
Las pruebas (test) fueron consideradas innecesarias por las autoridades en México, y hasta el día de hoy sólo se han practicado 70 mil.
¿Resultado? No tenemos idea de cuántos casos hay.
Salud informó al país que los cubrebocas no servían.
AMLO dio la buena nueva en uno de sus tantos mensajes a la nación, el reciente domingo: “México logró domar al coronavirus”.
Se logró sin hacer pruebas y, mejor aún… antes de que se presente el pico de la pandemia en el país.
Un amplio reportaje de la BBC documenta que en los primeros 56 días desde la aparición del caso uno en Estados Unidos (21 de enero), sólo se habían registrado 86 muertes por coronavirus. La explosión vino después.
Y en los 56 días que siguieron al primer caso en México (28 de febrero), ya hay más de mil muertos.
Vamos cinco semanas atrás de Estados Unidos en el inicio de contagios. Es decir, viene lo peor, pero el Presidente exuda triunfalismo y nos dice que domamos al Covid-19.
¿Sobre qué bases?
Sobre las mismas bases científicas con que a finales de marzo convocó a la población a salir a las calles a llenar fondas y restaurantes.
Le recortó, el año pasado, cuatro mil millones de pesos a la investigación científica.
Y a la Secretaría de Salud sólo le incrementó el 0.1 por ciento del presupuesto en términos reales para 2020, luego de haberlo mermado en 2019, significativamente en epidemiología, programas de vacunación y hospitales de especialidades.
La persona a la que le encargó la ciencia y la tecnología, nos dice que las dificultades para combatir el coronavirus en México se deben a la ciencia neoliberal.
El Presidente ha manifestado, con toda seriedad, que el mexicano es más resistente a las pandemias.
¿Se imaginan a Merkel hablando de la ciencia aria, o de la resistencia de la raza aria? Bueno, pues eso hace nuestro gobierno.
La letalidad del coronavirus en México es de 9.4 por ciento. Casi tres veces más que en Alemania.
Por los ahorros del gobierno en meses anteriores, nuestros hospitales públicos carecen de lo básico para proteger al personal médico.
¿Resultado? Los contagios entre ellos se han disparado 260 por ciento.
En el apoyo a personas y empresas, el gobierno de México ha destinado 0.5 por ciento del PIB. Claro, no tenemos la solvencia de Alemania que ha destinado el 30 por ciento para esas tareas.
Sin embargo, el modesto pero tesonero Perú invierte el 10 por ciento de su PIB en esos apoyos indispensables.
Los recursos en México son destinados a elefantes blancos en la selva y en un pantano. También se gasta dinero federal en la compra de un estadio de beisbol en Hermosillo, y ya le echaron el ojo a otro, en Ciudad Obregón.
¿Resultado? Aquí perdemos 25 mil empleos formales todos los días.
Cuando el sector privado logró un acuerdo con el BID para salvar empleos, 30 mil empresas y cadenas de suministro, el Presidente, en lugar de apoyar, se sulfura y estalla. Ahí están algunas de las diferencias, para desgracia nuestra, entre un ángel y un problema.