En estos tiempos en que una oposición sólida es necesaria para los equilibrios democráticos, los partidos políticos que actualmente existen en México parecen no entender que deben renunciar a sus propias tentaciones autoritarias.
Para este momento de la vida pública del país, la versión del nuevo PRI que se intentó vender al votante en el sexenio anterior está prácticamente aniquilada. Con las revelaciones sobre corrupción y los actuales procesos penales que se siguen contra exfuncionarios priístas, la mayor parte de la ciudadanía identifica al partido con corrupción.
Podríamos decir que todavía conserva una plataforma y ciertas herramientas para intentar iniciar un proceso de renovación, pues recursos económicos no le faltan, tampoco infraestructura en toda la república y, sobre todo, experiencia para salir adelante de grandes crisis, sin embargo, su naturaleza antidemocrática parece opacar cualquier indicio de cambio.
En días pasados se celebró el Consejo Político Nacional virtual del Revolucionario Institucional y el resultado es más de lo mismo: poderes extraordinarios al presidente del PRI que, a su antojo, podrá registrar candidatos y candidatas para cargos de elección popular. Con esa decisión quedan fuera los propios organismos internos del Revolucionario, es decir, se acaba la idea de democracia que, al menos en la institucionalidad, quedaba en el partido.
El problema radica en que la ciudadanía mexicana requiere de nuevos referentes que hagan contraste con la concentración de poder en un solo hombre, pero también encontrar diferencias con el pasado en esos nuevos referentes.
Por eso la decisión de otorgar ese nivel de poder a Alejandro Moreno se parece más al viejo autoritarismo, que además tiene en la nueva administración federal resquicios que lo conmemoran cotidianamente con las políticas públicas del actual sexenio.
Como si al PRI le faltaran palas para cavar su propia tumba, recurre a viejas prácticas que lo llevaron de ser una fuerza política, a estar en el silencio por los casos de corrupción imposibilitado para ser un contrapeso del gobierno actual.
En el mismo lado se encuentra el PAN. En días pasados, su dirigente Marko Cortés tuiteó que había ganado la vida por la decisión de la Suprema Corte de Justicia en torno al aborto. Para empezar, la decisión de la Corte no tiene que ver con estar contra el derecho a decidir de las mujeres, sino por cuestiones del proceso jurídico en el que se llevó el amparo. Pero el presidente del PAN aprovecha para posicionar una agenda que poco tiene que ver con los avances en cuestión de derechos que ha alcanzado la sociedad y de los que ya no hay vuelta atrás.
Tanto el PRI como el PAN, continúan con prácticas internas que no se ajustan a la realidad que añora la población mexicana. Se olvidan o quieren bloquear su memoria, sin percatarse de que el triunfo avasallador de Andrés Manuel no está sostenido únicamente en la ciudadanía que lo apoyó incondicionalmente, sino en otro grupo amplio de ciudadanos que lo que buscaban era sacar del poder a quienes lo concentraban para imponer posturas conservadoras.
Mientras el PRI y el PAN continúen ensimismados en el pasado, la 4T seguirá ganando terreno en el presente y, muy a pesar de muchos, en el futuro.