Vienen las elecciones más grandes. Para 2021 crecerá cinco millones el número de electores respecto a 2018, habrá más casillas, más ciudadanos involucrados y, simbólicamente, las elecciones intermedias siempre han significado el momento de evaluación más importante a las políticas públicas instrumentadas por el gobierno en curso, un gobierno que a diferencia de los anteriores llegó con 30 millones de votos en su bolsillo, la grandeza también implica responsabilidad en este caso.
A un año, todos los actores políticos ya están pensando en cómo quedará el mapa político, debilitar la ola imparable de la 4T o al menos conquistar alguna cámara para poder negociar en los tres años restantes. El Presidente, siempre estridente, se ha inventado un plan macabro de una oposición que imaginan en Palacio Nacional para “arrebatar la Presidencia” (citando a Jesús Ramírez Cuevas, jefe de comunicación de Presidencia), a la microficción le han llamado BOA (Bloque Opositor Amplio). Sobre este disparate dos conclusiones; uno, ojalá estuviera así de organizada la oposición; dos, menospreciar la inteligencia de la gente con ese ‘complot’ que no lo es, es un insulto.
¿Qué nos espera en los próximos 12 meses? Por primera vez nadie puede calcular un panorama político, vaya ni siquiera se puede calcular a un mes. La variable de la pandemia por Covid-19 ha volteado las prioridades y ha puesto al gobierno en curso –como a todos a nivel mundial– contra la pared. El secretario de Hacienda, Arturo Herrera, nos ha dicho que la recuperación la ve como una extensa palomita; será lenta es lo único que adelanta. La inseguridad y el crimen organizado son los únicos que no han parado, en cambio, las cifras de ejecutados siguen la tendencia hacia arriba y se insiste en la militarización como la solución a la crisis. En el partido del Presidente, señalan a la líder anterior, Yeidckol Polevnsky, por el pago de 395 millones de pesos por obras y servicios que no se realizaron a la empresa de Grupo Ebor; Morena en su peor momento. De la oposición, poco sabemos, sigue desdibujada sin rumbo y sin liderazgos –el ejercicio es muy sencillo, piensen en una voz que lidere al PRI, PAN, MC, o cualquier otro partido, destellos legislativos a veces, pero nada más–, de los nuevos partidos ni hablar, la voz del expresidente Calderón ha quedado anulada desde que su mano derecha durante su gobierno, Genaro García Luna, se encuentra detenido y en juicio a unos cuantos metros del Chapo Guzmán, no hay argumento que sostenga sus intenciones políticas. Tal vez las únicas voces que han ganado en estos últimos meses han sido las de los gobernadores, relegados durante los primeros 16 meses del gobierno de López Obrador, hoy han tomado relevancia por la necesidad de resolver la crisis sanitaria de manera regional, sus voces al menos aparecen en la portada de los diarios otra vez.
En medio de este panorama el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, reconoce su principal preocupación de cara a estos comicios. En entrevista radiofónica en Así las Cosas, de WRadio, Córdova habla de los peligros de confundir polarización democrática con intolerancia. La primera, dice el consejero, “implica el reconocimiento de la contraparte, el reconocimiento de la eventual validez de sus posiciones; tú puedes no estar de acuerdo, pero reconoces que es indispensable y es legítimo que alguien piense diferente a ti”; sin embargo, cuando se agrega el factor de la intolerancia, “al de enfrente ya no se le ve como parte de una sociedad compleja sino como un enemigo, como alguien que no tiene legitimidad política sino incluso moral para estar enfrente de ti, y cuando a la polarización se le agrega este factor de intolerancia entonces sí hay que tener cuidado porque estamos frente a un elemento que erosiona la lógica de la convivencia democrática que descalifica el pluralismo y la diversidad de posturas y es la antesala para que germinen pulsiones autoritarias”. Córdova agrega también la llegada de “tempestades autocráticas”. La advertencia del consejero presidente tiene un destinatario evidente, exponer esta amenaza no cambiará el discurso desde Palacio Nacional, ¿y esto abona a la vida democrática? Sólo si la escuchamos como una voz indispensable y legítima y no como un enemigo de un proyecto de gobierno.