Qué duro está resultando para el país y los ciudadanos que Andrés Manuel López Obrador esté en la presidencia de la República.
Un juez federal valiente, joven, lleno de vida, fue asesinado junto con su esposa y en presencia de sus hijas de tres y siete años de edad en la puerta de su casa.
El juez Uriel Villegas Ortiz y Verónica Barajas fueron asesinados por sicarios, aunque también cayeron víctimas de la permisividad del Presidente hacia las mafias criminales.
El presidente de México no puede tener una relación cordial con el narcotráfico. No son sus amigos.
¿Ya lo vio? Les estrecha la mano y se toman del codo. Nos mataron a un juez federal.
Pésimo el ejemplo que puso, e impuso López Obrador de renunciar a la seguridad con el cuento de “quien nada debe, nada teme”.
Claro que trae seguridad, y hace bien.
Pero hay quienes se la creyeron, como –según la versión oficial– actuó el juez Villegas Ortiz, que habría rechazado traer escoltas y ropa blindada. Un miembro de su familia en principio dijo otra cosa, luego no volvió a hablar.
El caso es que para quienes corren peligro por defender y servir a la sociedad no hay apoyos, ni escoltas, ni equipos de protección contra las balas o el contagio de un virus que puede ser mortal. Y no es un asunto voluntario.
Así mueren trabajadores de limpieza, personal médico, y asesinan a un juez. Mexicanos de bien.
Hay una afrentosa empatía con los grandes capos y sus cercanos, y cero protección para las personas, comunidades y ciudades ultrajadas por la fuerza de los criminales.
Quienes votaron por López Obrador nos deben una explicación, no necesariamente pública, pero sí en la intimidad de la casilla.
Sus dos antecesores debieron tomar posesión de sus cargos a toda prisa, asediados por la violencia física de los partidarios de AMLO.
Ni a Peña ni a Calderón les dio tregua. Desde el primer minuto exigió sus renuncias por incompetentes, por usar la más suave de sus expresiones.
Ya llegó al poder. “Vamos a darle su oportunidad”, dijeron millones de votantes que compraron el discurso de que las ofertas conocidas eran un fracaso y AMLO iba a levantar al país con justicia y mejor economía para todos.
A menos de dos años de asumir como Presidente, ya resulta ociosa la discusión de si el Presidente causa daño por mala fe, o es bien intencionado y tiene malos asesores, o si su proyecto es destruir para reconstruir sobre bases socialistas o como se le quiera etiquetar.
López Obrador no sirve como Presidente.
Cada semana nos sorprende, él o los suyos, con un intento diferente por colapsar los organismos de la democracia, los reguladores autónomos de actividades económicas, instituciones de prestigio, el asalto a otros poderes, un nuevo pleito…
Y millones de desempleados, decenas de miles de empresas formales quebradas, decenas de miles de asesinados por sus amigos los narcos, decenas de miles de muertos por los ahorros en salud.
Destruyó a la Policía Federal y creó una Guardia Nacional que no sirve para nada.
Tiene gestos amistosos con los capos del narco, los visita en su casa, acude a saludarlos, como le acaban de reclamar ciudadanos de Veracruz a los que ni siquiera les dirigió una sonrisa, por aquello de la “sana distancia”.
Con el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación tuvo un meloso intercambio de mensajes públicos, que concluyó con un llamado a “pórtense bien” y “piensen en sus mamacitas”.
El Presidente no los ve como enemigos de la sociedad, sino como pueblo explotado.
Nos acaban de matar a un juez federal y a su esposa. Lo hicieron esos narcos que según AMLO son víctimas del ‘neoliberalismo’ y que se iban a pacificar cuando él llegara al poder.
Su percepción de la realidad está totalmente distorsionada. Entre un policía y un delincuente, se pone del lado del malhechor. Lo sueltan y al policía lo encarcelan por abusivo.
Según él sólo secuestran a los que tienen dinero.
No aprendió nada en sus recorridos por el país durante doce años.
Todos los días amanece con la mente agitada por una nueva conspiración hacia su investidura. Ayer imaginó que una empresa llamada Iberdrola orquestaba una campaña en su contra.
Otra madrugada son los gobernadores del PAN. Otra es la BOA. Otra los empresarios. Otra son los médicos ‘corruptos’. Otra son las farmacéuticas. Otra los periódicos.
Ayer se peleó con Chumel Torres.
Todo ello ocurre cuando se derrumba la economía, azota la crisis sanitaria en personas de carne y hueso, que son sus gobernados.
Los grupos criminales se apropian de amplias franjas del territorio nacional, matan, secuestran, extorsionan, se mensajean con el Presidente y reciben su ilustre presencia –con todo e investidura– en el mero fogón de la familia.
No hay remedio con López Obrador. Cree que va bien, que ese es el camino, y sus compañeros de viaje le piden acelerar el paso hacia una revolución. Textual.