Sin lugar en el mundo, sobre el Día Internacional de los Refugiados

Qué difícil ser y no ser del mundo, o mejor dicho, del sistema mundo, porque al final, la forma en la que convivimos y nos relacionamos es un constructo que el ser humano ha ido armando durante sus millones de años de “racionalidad”, una muy entre comillas porque de pronto hay personas que no son ni de aquí ni de allá…

El 20 de junio se conmemora el Día Mundial de los Refugiados, personas cuya situación de vida en sus países de origen es tan desastrosa que han debido migrar a otras realidades que, muchas veces, no se parecen ni de cerca a la suya.

Las personas refugiadas y desplazadas enfrentan, dice la Agencia de la ONU para los Refugiados(Acnur), “dificultades para recibir atención médica cuando se enferman. Al estar lejos de casa, les es difícil encontrar escuela para sus hijas e hijos o, incluso, un lugar donde puedan jugar y divertirse”, lo que implica entonces un alejamiento total de su cultura, su lenguaje, sus formas de vida.

Peor aún, encima de que estas personas huyen de conflictos en los que la mayoría de las veces no tienen responsabilidad alguna, llegan a países en los que son humillados debido al racismo que impera en un planeta que de pronto sigue negando la pluralidad que lo hace tan interesante.

Precisamente, en su libro “Los hijos de los Días”, el periodista Eduardo Galeano escribe: “En el año 2001, resultó sorprendente el partido de fútbol entre los equipos de Treviso y Génova. Un jugador del Treviso, Akeem Omolade, africano de Nigeria, recibía frecuentes silbidos y rugidos burlones y cantitos racistas en los estadios italianos.
Pero en el día de hoy, hubo silencio. Los otros diez jugadores del Treviso jugaron el partido con las caras pintadas de negro”.

¿Será difícil llegar al punto en que todos nos asumamos ciudadanos del mundo, al grado de aceptar al Otro sin conflictos, aunque sea o piense diferente? Parece que sí, es muy complicado, más aún cuando vemos que los ataques contra Palestina se agudizan, cuando Turquía no cede en hostigar al Kurdistán, cuando los rohinyás en Myanmar, que prácticamente viven una limpieza étnica por parte de las autoridades.

¿A dónde va uno cuando en donde está no lo quieren? No hablamos de una o dos personas, son millones de seres humanos que van de aquí para allá, huyendo de la muerte. Según la Acnur, tan sólo en 2019, 79,5 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares para salvar la vida.

En tanto, la Agencia calcula que entre 30 y 34 millones de esas personas desplazadas por la fuerza eran niñas y niños menores de 18 años. Asimismo, hay millones de apátridas a quienes se les ha negado una nacionalidad y el acceso a derechos básicos, como ya se dijo, a educación, atención médica, el empleo y la libertad de movimiento.

Hay un montón de literatura, análisis, ensayos y canciones sobre “el Otro”; dice el periodista polaco Ryszard Kapuscinski que el encuentro entre dos grupos sociales distintos y distantes es “un paso significativo en la historia mundial”; versan las letras de Clinton Fearon: “el hombre de la puerta de al lado es tu hermano, justo como el hombre en el espejo”…

Así, filósofos, escritores y artistas reflexionan sobre aceptar al otro, con todo y sus diferencias a las nuestras, pero esto queda en la fantasía cuando, por ejemplo en México, vamos de la crítica a la xenofobia al ver caravanas migrantes de centroamericanos que quieren llegar a los Estados Unidos o cuya ilusión es encontrar trabajo en nuestro país.

Pese a la importante tradición diplomática mexicana del asilo a refugiados, parece que como sociedad nos falta mucho en aras de aceptar al otro, a pesar de ser incluso un país tan plural del que, al parecer, no hemos aprendido nada. Buena fecha entonces para reflexionar sobre aceptar a quien no tuvo nuestra misma suerte de quedarnos donde nacimos, crecimos y nos entendemos.

“Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco, me voy por qué aquí se me debe, me vuelvo porque allá están locos… No sé por qué pasa lo que me pasa, quizás sea la vejez, quisiera quedarme aquí en mi casa, pero ya no sé cuál es…”, canta Kevin Johansen.

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