Una economía con ‘anemia perniciosa’

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Enrique Quintana

Un país que no invierte está condenado al estancamiento prolongado y al retroceso.

Y no exagero al decir que en México estamos corriendo ese riesgo.

Ayer, el INEGI dio a conocer que la inversión bruta fija del mes de mayo retrocedió en 38.4 por ciento respecto al mismo mes de 2019. Se trató del retroceso más fuerte desde agosto de 1995.

El nivel de inversión que se realiza ahora en México es comparable con el de julio de 1997. Es decir, ya retrocedimos 23 años.

Pero, a diferencia de otras variables, su caída no comenzó con la pandemia. Viene desde antes.

El nivel más alto de inversión que tiene registrado el INEGI corresponde al mes de agosto de 2015. Su retroceso viene incluso desde antes de este sexenio.

Entre el tercer trimestre de 2015 y el primero de este año, ya teníamos una caída de 12.6 por ciento en los niveles de inversión.

Las cifras del segundo trimestre, ya con los efectos de la pandemia, van a implicar un desplome de 41.8 por ciento respecto al nivel de 2015.

Y, no crea usted que antes de 2015 las cosas estaban muy bien. Entre 2000 y 2015, la tasa promedio de crecimiento de la inversión fue de 2.5 por ciento al año, verdaderamente raquítica para las necesidades del país.

Invertir significa desarrollar capacidad productiva. Cuando se construye infraestructura o se equipa una empresa, lo que se hace es generar capacidad para producir en el futuro.

Imagine por un momento que la inversión que una economía efectuara fuera cero. No pasaría mucho tiempo antes de que esa economía perdiera toda capacidad de producir.

Lo que estamos haciendo al dejar de invertir es provocando desde ahora que la capacidad productiva de nuestra economía descienda en el futuro.

Le pongo otro ejemplo. Imagine que usted nunca da mantenimiento a su automóvil. Va a propiciar que al paso de un cierto tiempo empiece a tener fallas diversas. Si esa situación se prolongara, va a llegar a un punto en el que ese auto dejará de funcionar.

Eso ocurre con las economías. Las que tienen capacidades de crecimiento más elevadas son las que invierten más, como hizo la economía china en las últimas décadas, que llegó a canalizar hasta el 40 por ciento de su PIB a la inversión.

El último dato disponible para México, correspondiente al primer trimestre de este año, fue de 18.6 por ciento.

Diversos expertos han señalado que el objetivo mínimo para nuestro país debiera ser llegar al 25 por ciento como razón de inversión a PIB. Eso implica que la inversión estuviera 35 por ciento por arriba de los niveles que tenía al comenzar este año, y prácticamente duplicara los que ya tiene, después de la pandemia.

Le recuerdo que, del total de la inversión realizada en México, el 86 por ciento es privada y solo el 14 por ciento es pública.

No hay manera de que los proyectos de inversión pública dinamicen la economía si la inversión privada no crece. Y ésta no va a despegar si los empresarios que la realizan no ven tres condiciones: mercado, rentabilidad y una razonable certidumbre, la cual requiere de un Estado de derecho y políticas públicas que inspiren confianza.

El mercado lo tenemos y en muchas ocasiones aún la rentabilidad. Nuestro problema central son las condiciones que se requieren para dar certidumbre a quienes arriesgan sus recursos. El ver a los empresarios como abusivos y corruptos de manera generalizada no es el menor de los problemas.

La falta de inversión, que ya era una enfermedad crónica de la economía mexicana, hoy se está convirtiendo en un padecimiento agudo, como una ‘anemia perniciosa’ que puede provocar una enfermedad grave y prolongada en nuestra economía.

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