Cuando la violencia se volvió parte de mi vida

Gabriela Rivera

En la secundaria usaba short abajo de la falda del uniforme, porque mis compañeros ponían espejos o, “jugando”, nos levantaban la falda.

Tampoco me gustaba ir a las fiestas con ellos, porque muchas veces querían que tomaramos cerveza, y luego se aprovechaban para robarnos unos besos, aunque nosotras no quisiéramos.

Cuando iba la prepa o a la universidad no me gustaba usar vestido porque los hombres me gritaban cosas como ‘mamacita’ o ‘sabrosa’ en el transporte público. Pero tampoco estaba a salvo cuando usaba pantalones, ya que también me tocaron las pompas y las piernas varias veces.

Mi hermana y yo no supimos qué hacer cuando un tipo comenzó a mastrbarse frenta a nosotras en el vagón del metro mientras nos sonreía cinicamente y nosotros mirabamos hacia otro lado.

En otra ocasión me tocó ver como un tipo se masturbaba y eyaculó sobre la falda de otra chica. Ninguna hicimos algo para defenderla, ella se bajó enojada y asustada, mientras las demás mirabamos en silencio.

En la universidad también sufrí acoso. Un compañero de la carrera insistía en andar conmigo: tomaba las mismas clases que yo y se sumaba a mi equipo de trabajo, me invitaba a comer, me llevaba flores el día de cumpleaños. A todos les decía que me gustaba y que solo me hacía me hacía la dificil, aún cuando le dije siempre que NO.

Más adelante, comencé una relación con mi maestro de la carrera de filosofía y cuado decidí terminarla por el abuso emocional que ejercía sobre mí, decidió que no me titularía e hizo lo posible para que no pudiera presentar mi tesis ante los sinodales.

Las autoridades de la facultad tampoco hicieron nada por ayudarme, ya que el profesor era una “vaca sagrada” y yo tenía la culpa por acostarme con mi profesor, Tardé cinco años en poder titularme y olvidarme del infierno que fueron los últimos años de la universidad.

Cuando creí que la vida laboral iba a ser más fácil me encontré con que ganaba menos que mis compañeros, aunque trabajaba el doble que muchos de ellos. Y cuando pedí un aumento, me dieron mil pesos más, junto con más responsabilidades.

Me hice amiga de mi jefe. Él reconocía mi trabajo, incluso me recomendaba para conseguir trabajos de freelance. Pero cuando llegó el momento de elegir a su equipo para un nuevo proyecto, les dio los mejores puestos  a sus amigos y les pagó el doble de lo que a mí me había ofrecido. Lo peor fue que se ofendió cuando le dije que a mí no me convenía ese sueldo.

En otro empleo, un tipo se atrevió a preguntarme si era una señorita y podía comprobarlo.

Los de sistemas ahora ven a las compañeras de trabajo llegar y revisan qué traen puesto, para calificar qué tan guapas se ven ese día. Entre más piel enseñan, más guapas están.

Mis compañeros creen que deben explicarme todo como si yo no entendiera de lo que están hablando, no solo cuestiones de trabajo, sobre futbol, series y hasta sobre el movimiento feminista.

Estas situaciones se han repetido en mi vida personal, con todos los hombres con los que me he relacionado. Mi primer novio me presionó para tener relaciones sexuales, hasta que accedí. Después, me presionaba para que esto ocurriera cada vez que él tenía ganas y no cuando yo quería.

En la universidad, me enamoré pérdidamente y accedí a mandarle unas fotografías intimas a mi novio; también dejé que grabara un video sexual de nosotros. Prometió que nunca se los enseñaría a nadie, y cuando terminamos me aseguró que los había borrado.

Pero semanas después una amiga me mandó el link de una página porno donde estaba el video y las fotos que yo le había mandado a él. El caso se fue al Tribunal Universitario y la sanción fue suspenderlo un semestre.

Otras parejas que tuve se enojaron porque tuve otros compañeros sexuales antes que ellos. “No puedo entender por qué cogiste con otros hombres y no solo conmigo”, me dijeron muchas veces, aunque yo no era su primer pareja sexual.

Mi marido me celaba todo el tiempo. Abandonó su trabajo para acompañarme a las citas de trabajo que tenía con mis clientes y no me dejaba ir sola a ningún lado.

También empezó a criticar la forma en que me arreglaba, me dijo que me estaba poniendo gorda y que me veía muy mal con la ropa que usaba

Cuando los celos se tornaron en violencia, él me gritaba que era una zorra y que me acostaba con mis compañeros de trabajo. Una vez me golpeó enfrente de los niños y se fue, aunque después regresó arrepentido de lo que había hecho.

Yo decidí dejarlo. Agarré mis cosas, a mis hijos y me fui de la casa. Le pedí el divorcio y le dije que no quería volver a saber de él. Entonces, comenzó a seguirme a todos lados y me amenazó con matarme si yo salía con otro hombre.

Levanté la denuncia ante el minisiterio público y pedí protección para mí y mis hijos, pero nunca hicieron nada.

Mi ex marido cumplió su amenaza. Yo no salía con otro hombre, pero él me asesinó; a la policía le dijo que yo me había suicidado y hasta una nota había dejado. Mi mamá no lo creyó y lleva 10 años exigiendo que mi marido pagué por mi muerte.

El circulo de violencia y abuso que comenzó en mi adolescencia terminó conmigo muerta.

***

Esta historia se construyó con los testimonios de mujeres que han sido acosadas durante toda su vida, así como con casos reales de mujeres que fueron violentadas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.

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