La política del confinamiento puede ser contraproducente si se aplica de manera uniforme para los diferentes tipos de hogar. No implica los mismos riesgos para una persona que vive sola que para una pareja, una familia nuclear o una familia ampliada.
Mientras el confinamiento es una buena política sanitaria para imponer barreras al contagio comunitario, podría tener consecuencias peligrosas para las personas en lo individual.
En México hay 9.5 millones de hogares donde conviven en el mismo espacio físico hijos, padres, abuelos, tíos, hermanos, suegros y demás parentela. Se trata de viviendas ocupadas por más de cuatro integrantes.
La evidencia científica relativa al coronavirus advierte que este tipo de hogares son más vulnerables que los unipersonales o lo de tipo nuclear (padres e hijos).
El argumento lo ofrecen los especialistas en química y genómica Joshua D. Rabinowitz y Catalina R. Bartman, en un texto publicado el día de ayer en el New York Times (The Coronavirus Exposures Might Be the Most Dangerous).
Ahí comparan los efectos de este virus con los que implicaría la exposición a cualquier otro veneno: mientras mayor es la cantidad adquirida, peores son las consecuencias. Aseguran que, en pequeñas dosis, el contagio del Covid-19 provoca una infección leve y asintomática; en cambio, si la carga del virus es grande, las consecuencias tenderán a ser letales.
No es lo mismo adquirir la infección por haber sostenido un contacto fugaz con una persona contagiada, que viajar en el transporte público, durante un largo trayecto, con otro individuo capaz de transmitir una dosis concentrada del virus.
Afirman Rabinowitz y Bartman que en el primer caso la persona infectada muy probablemente no mostrará síntomas y pronto adquirirá inmunidad frente al coronavirus. En cambio, en el segundo, la exposición prolongada a una carga grande hará que el trastorno afecte severamente.
La crítica a la política generalizada del confinamiento se funda en este razonamiento.
La medida resulta perfecta si la persona se recluye en un hogar unipersonal, pero en México menos del 2% corresponde a esta categoría.
El confinamiento también podría ser eficiente para proteger a las personas que viven en los hogares clasificados como nucleares, que en México representan alrededor de 24 millones.
En este tipo de viviendas cohabitan en promedio 3.7 personas que, dependiendo de las dimensiones del inmueble, podrían ejercer la misma distancia social exigida para el espacio público (un metro y medio).
El problema son los otros 9 millones de hogares mexicanos, donde habitan alrededor de 33 millones de personas. Se trata de viviendas cuyo tamaño no suele ser igual de amplio que la familia y, por tanto, la distancia social es prácticamente imposible de sostener, sobre todo cuando se trata de un periodo prolongado.
Atendiendo los argumentos de Rabinowitz y Bartman –que abrevan de la experiencia asiática relativa al SARS y su más reciente mutación– la política de confinamiento podría tener resultados indeseables.
Si un integrante de la familia ampliada es contagiado y pasa una carga importante del virus al resto de la parentela, en este tipo de viviendas la epidemia tendería a ser altamente peligrosa.
Sería como proporcionar a cada integrante una dosis muy fuerte del veneno.
Este razonamiento llevaría a sugerir una política diferenciada de confinamiento, dependiendo de la talla de cada hogar.
En el caso de las familias ampliadas sería recomendable buscar soluciones que aseguren la distancia social, mientras dura la crisis sanitaria.
Es obvio que tales soluciones no podrían depender exclusivamente de las familias. Otras modalidades habrían de ser consideradas por la autoridad.
ZOOM
Aunque nuestra comprensión del Covid-19 trae retraso respecto al avance de la epidemia, hay evidencia científica suficiente para asegurar que la política de confinamiento no es recomendable para familias amplias que habitan en espacios reducidos. Podría traer efectos contraproducentes que merecen ser considerados con seriedad.