Los medios que necesitamos

Autor: AlfrOtto Granados

A Thomas Jefferson se le atribuye haber dicho que prefería periódicos sin gobiernos que gobiernos sin periódicos, para simbolizar no sólo la esencia de la libertad de expresión, sino también la condición para que una democracia funcione con un sistema eficaz de pesos y contrapesos, entre los cuales destacan, ciertamente, los medios de comunicación. ¿Es este el caso de México? Veamos.

La cuestión puede plantearse de tres maneras: los medios mexicanos, ¿están contribuyendo de manera importante a la creación de una ciudadanía más activa, más involucrada en los asuntos públicos, y, de esa forma, a actitudes colectivas que apuntalen la democracia? ¿Nuestros medios se conducen hoy con tales niveles de profesionalismo, rigor, veracidad y exactitud, que están desempeñando eficazmente su papel de vigilancia, límite y contrapeso del poder y sus abusos? Los referentes legales, institucionales y éticos en que se desarrolla la actividad periodística, ¿son los apropiados para un régimen democrático todavía frágil?

La discusión, desde luego, es relevante. Nos lleva de un nivel donde, una vez bien ganados sus espacios de libertad e independencia, en tanto el país ha ido avanzando en su régimen político y en la medida en que hay una clara transición en los modelos de comunicación con la irrupción de las redes y las nuevas tecnologías, ahora son los medios mismos, objeto de análisis y escrutinio.

Lo que esta a discusión reconoce, sencillamente, es lo que el columnista mexicano Manuel Buendía propuso ya hace cuarenta años: “Los periodistas somos muy dados a la autocomplacencia y muy poco a la autocrítica, y, desde luego, la sola posibilidad de que otros nos enjuicien nos parece una ofensa intolerable. Ya es tiempo de que en México madure la posibilidad de un juicio imparcial y abierto para todas y cada una de las profesiones, sobre todo aquellas que tienen las más altas y por tanto las más graves responsabilidades de servicio social”.

La primera de esas responsabilidades es la credibilidad y en ese sentido la transparencia en los medios es, o debiera ser, un fertilizante crucial para su fortalecimiento. Transparencia respecto de la forma en que operan, de las modalidades con las que garantizan los derechos de los ciudadanos que consumen la producción mediática, los derechos laborales y profesionales de los periodistas para preservar su independencia, y los derechos del público en su relación con los medios.

Los medios son, en cuanto empresas, entidades privadas, pero el rasgo distintivo –de forma análoga a otras como las dedicadas a la salud o la educación– es que el servicio que prestan es un bien público y su influencia en la sociedad las convierte en entidades de interés público, en las que es saludable la transparencia con la finalidad no sólo de aumentar la respetabilidad e integridad de medios y periodistas, sino, sobre todo, para que el público tenga más elementos para fundamentar su confianza hacia los medios. Como ha escrito Warren L. Batts: “Cualquier compañía tiene que vender la credibilidad de su producto, pero una empresa de medios no tiene ninguna otra cosa que vender”.

El segundo aspecto medular es cómo elevar los niveles de profesionalismo, compatibles con la delicadeza de la función informativa. En este sentido, es necesario explorar la naturaleza de la relación entre los propietarios de los medios y sus periodistas. Como en ciertas ocasiones es posible que los primeros orienten la política editorial de los segundos, tal vez se produzca una tensión entre la libertad del periodista, la calidad editorial, y la información que el público recibe.

En sus memorias, Katharine Graham, quien fuera presidenta de The Washington Post, recuerda cómo evitó siempre que su amistad o enemistad con alguien interfiriera en la calidad o el rigor de lo que publicaban sus medios. “La mayoría de los redactores –cuenta– no sabía a quién conocía yo y, si lo sabían, no les importaba. Y, sobre todo, yo tenía muy claras mis prioridades. En cualquier conflicto entre los periodistas y funcionarios que eran amigos míos, siempre defendí a los primeros”.

¿Cómo hacer frente a esta relación tan singular? Eso lo deben decidir los medios por supuesto, a través quizá de estatutos o códigos profesionales que concilien de manera saludable la convivencia entre los distintos intereses y el servicio al público, la independencia, la libertad y los derechos de los periodistas.

Y finalmente hay un reto que introduce presiones adicionales al trabajo de los periodistas y es que la abundancia, la dispersión y la velocidad con que suceden las cosas afectan eventualmente el contenido, la precisión y la calidad de lo que publican. Es cierto que “el periodismo no es ciencia exacta”, pero algunas prácticas ayudan. Por ejemplo, muy cerca de cumplir su bicentenario, The Times, el rotativo inglés, publicó un anuncio en el que aseguraba que para “hacer un buen periódico” la receta era muy simple: “Sólo hay que informar, percibir, planear, explorar, descubrir, investigar, buscar, calcular, desenredar, probar, analizar, edificar, comprobar antecedentes, buscar en las fuentes, evaluar, volver a verificar, sopesar, autentificar, sintetizar, perfilar, ponderar, apreciar, juzgar, reflexionar, predecir, elogiar, aplaudir, deplorar, testificar, avisar, explicar, desmitificar, clarificar, examinar, ilustrar, advertir, aseverar, asombrar, entrevistar, confirmar, corregir y, después de todo ello, publicar”.

Si bien es cierto que la alternancia mexicana fue la consecuencia de un proceso gradual, complejo y variado, también lo es que la construcción de una democracia consolidada y una ciudadanía de alta intensidad necesitan un sistema de medios que reúna algunas de las características apuntadas. El desarrollo político mexicano, en un sentido amplio, será moderno, sustentable y homologable internacionalmente, en la medida en que tenga medios y periodistas más profesionales, con sentido del humor, rigurosos, cultos, creíbles, capaces de rendir cuentas al público y más humildes. Ni más, ni menos que eso.

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