Autor: Marlén Castro/Amapola Periodismo
Chilapa
Emiliano quería ser médico. Soñaba con vestir un uniforme blanco y curar los males de sus parientes. Pero esa idea ya quedó atrás.
“Tenía que saber cómo defenderme”, dice despacio y quedito bajo un pañuelo gris que cubre parcialmente su rostro, mientras recarga ambas manos en la culata de una escopeta 410, color caoba.
A los 13 años cree que no tiene oportunidad de llegar a estudiar medicina, una aspiración legítima de todo ser humano.
La pobreza de su familia y lo marginado del pueblo son una realidad pero no son factores determinantes.
Emiliano abandonó sus estudios en agosto del 2019, como lo hicieron otros 50 niños y adolescentes que salían de sus pueblos a estudiar a Hueycatenango, la cabecera del municipio José Joaquín de Herrera.
Cada vez que él salía de su casa hacia la escuela arriesgaba la vida. Igual que ahora, pero en una posición distinta.
En los pueblos de estos niños desertores de las aulas no hay secundaria y menos preparatoria. La lejanía no es el problema. Llegar a la cabecera de José Joaquín de Herrera implica cruzar un descampado controlado por el grupo criminal Los Ardillos, al que sólo le faltan estos pueblos para controlar cinco municipios: Mochitlán, Quechultenango, Tixtla, Chilapa y Hueycatenango.
El pueblo de Emiliano es una de las 16 comunidades, algunas de Chilapa otras de José Joaquín de Herrera, integradas a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Pueblos Fundadores (CRAC-PF) que enfrentan a ese grupo criminal.
Los nahuas han sido su única resistencia.
Emiliano, el policía
Emiliano es uno de los cinco niños, de entre 12 y 15 años, que este miércoles 22 de enero se incorporaron oficialmente a la CRAC-PF, organización que convocó a los medios de comunicación a presenciar una sesión de entrenamiento y a la presentación oficial de los menores, al bloqueo que estos pueblos instalaron desde hace cinco días en el crucero de Alcozacán por el asesinato de 10 habitantes de este pueblo.
Emiliano y los otros 18 niños, marchan por la carretera Chilapa- Hueycatenango, acompañados de unos 200 policías comunitarios de la CRAC- PF y cientos de habitantes de estos pueblos. Emiliano, playera de la CRAC- PF, pañuelo gris para cubrir el rostro, cuerpo alargado y flaco empuña su escopeta; se aferra a ella.
Sólo se ven sus ojos oblicuos, cafés claros. Grita los nombres de los 28 integrantes de este cuerpo policiaco asesinados el último año, del 27 de enero del 2019 a la fecha, cuando a un grupo de Los Ardillos les salió el tiro por la culata al incursionar a Rincón de Chautla, de apenas unos 300 habitantes. Los integrantes de este grupo criminal huyeron, luego de un enfrentamiento. Atrás dejaron a uno de los suyos muerto además de camionetas, armas y municiones.
La decisión de Emiliano no tiene reversa. El niño sabe que desde este miércoles 22 de enero vive de prestado. Su familia estuvo de acuerdo en su incorporación a la policía comunitaria.
“Tengo miedo de morir en un enfrentamiento, pero tenía más miedo antes de ir a la escuela y que me hicieran algo”, cuenta.
A Emiliano lo fotografían hasta el cansancio. De espaldas, de frente, de tres cuartos. En el piso, de rodillas, en posición de firmes.
Antes de llegar al crucero de Alcozacán la columna de comunitarios marca un alto. Es la hora de demostrar el entrenamiento.
Posición cuatro: los niños se tiran boca abajo al asfalto caliente de mediodía para escenificar la defensa del cuerpo en medio de un enfrentamiento. Posición tres: los niños descansan la rodilla en el cemento gris para encontrar un punto de apoyo al disparar. Posición dos: los niños se sientan en el suelo, para ganar más apoyo para el disparo. Posición uno: los niños se ponen de pie, enfocan el blanco y simulan un disparo.
Emiliano, el agradecido
En enero del 2019, Emiliano regresaba de la escuela, cuando escuchó que Los Ardillos habían entrado a Rincón de Chautla, la comunidad nahua que organizó la creación de la CRAC-PF.
Apuró su paso para llegar rápido a su pueblo. La noticia indicaba que el retorno era peligroso. Su pueblo estaba prácticamente vacío. Su casa en los mismos términos. Tardó en enterarse que a uno de sus hermanos lo tomaron como rehén.
Cuando lo supo, fue porque su hermano ya lo habían rescatado. Por eso, se hizo policía comunitario, para agradecer a la organización que salvó a su hermano de una muerte no sólo segura, sino además, dolorosa.
Emiliano, el de la esperanza
Hace apenas dos años, en julio del 2018, cuando todavía tenía la ilusión de ser médico, Emiliano se enteró de que Andrés Manuel López Obrador había ganado la elección para presidente de México.
La noticia le hizo pensar que en su región la violencia se iba a acabar. “Eso fue lo que ofreció”, recuerda.
Emiliano dice estar decepcionado de López Obrador. “Aquí seguimos igual, hasta peor”.
–¿Qué mensaje le mandas al presidente? –se la pregunta.
–Que cumpla su promesa de acabar con la violencia. Aún está a tiempo, si el cumple todos podríamos seguir estudiando. Yo podría ser doctor.Emiliano está seguro de que si detienen al que encabeza a Los Ardillos, a Celso Ortega Jiménez, la violencia en su zona se termina.