AMLO y Calderón, juntos una eternidad

AMLO y Calderón

Salvador Camarena

De cierta forma son iguales. O demasiado parecidos. Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa han tenido, a su manera, rutas paralelas en las que sobran coincidencias. Pero no sólo es el pasado, sino que en el hoy siguen trenzados, como negándose mutuamente a ser sin el otro.

Los años ochenta representan para ambos el despertar de una conciencia pública. Aunque Calderón viene de una dinastía panista, propia –su padre– y prestada –Castillo Peraza– y López Obrador se hizo sin sombra alguna, desde lejanas coordenadas en esa década arrancan sus respectivas luchas democráticas.

En esos tiempos, el expanista acompaña a Clouthier en sus protestas por los fraudes electorales, el expriista se desencanta del sistema y abraza, siempre a su arisca manera, al cardenismo que luego daría paso al PRD.

Los dos llegarían a presidir sus partidos. Y ninguno de ellos entregó malas cuentas de aquellos años de liderazgo en los noventa, donde incluso tuvieron acercamientos.

El ascenso del PAN –donde Felipe tuvo participación a nivel legislativo y de gabinete– no significó la derrota del PRD, que conquistó la capital desde 1997 y luego alcanzó un buen momento con las políticas de Andrés Manuel en la Jefatura de Gobierno.

De ahí viene el choque y la ruptura del 2006, que supone una división que México no sólo no superó con la victoria de López Obrador de 2018, sino que está más viva que nunca, alimentada desde Palacio Nacional en un intento por enlodar (¿para borrar?) todo vestigio del sexenio calderonista.

Pero aunque AMLO quiere hacerse pasar por distinto, al final en el poder se van pareciendo.

Calderón se entendió con el PRI y, dicen, pactó con Peña Nieto. López Obrador, y con la reserva de que se traduzca en verdad jurídica lo que ha declarado en las últimas horas el fiscal general de la República, no quiere meterse con el mexiquense.

Las Fuerzas Armadas son un pilar de sus respectivos gobiernos. Comparten esa pulsión militarista. Es más, ya hasta se festeja –como antes– la caída de capos.

¿Que López Obrador recurre para todo a los símbolos patrios? ¿Acaso ya olvidaron a Calderón montado en un tordillo en ocasión del centenario del maderismo? ¿O se les borra aquello de cuando sacó a pasear osamentas bicentenarias o cuando pagó un monigote que quién sabe qué representaba en el Zócalo?

Felipe ganó con ayuda de los maestros… Andrés Manuel, también. Fue Peña el que no trató bien a la histórica líder de los mismos.

En fin.

Hace tiempo puse por aquí que la detención de García Luna en Estados Unidos significaba la imposibilidad de un futuro político de Calderón Hinojosa. Pasados unos meses, creo que no será así porque, precisamente, a Andrés Manuel López Obrador le es imposible un día a día sin un adversario de ese calibre, sin su familiar némesis.

Esa pugna alimenta la polarización de la que saca raja el Presidente, y además encandila, de modo que resultan inofensivos, a no pocos de esos cochistas que hacen sonar su claxon en nostalgia de quién sabe qué Suecia que según ellos hasta hace un par de años habitaban.

Sin embargo, no sólo es AMLO el que insufla vida política a FCH. Sería mezquino pasar por alto que el michoacano es, si no el único sí uno de los pocos personajes públicos que no se arredra frente a los embates del tabasqueño, que hoy tiene la banda presidencial, el presupuesto y todo un aparato mediático de su lado.

No es poca cosa. El conocido talante impulsivo de Calderón puede ser atractivo para un electorado huérfano, y pues sí, habrá quien piense que ante caballada tan flaca, más vale malo conocido que ninguno por conocer.

Así que para regocijo de ambos, parece que estarán juntos por una eternidad política más.

Se conocen desde mucho tiempo atrás. Llegaron a cenar juntos. Y un cuarto de siglo después, se han hecho y deshecho. Pero Andrés Manuel y Felipe se atacarán, pero no se van a destruir. Como los priistas de siempre, pues. Como todos nuestros políticos.

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