Un cruel dilema

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Enrique Quintana

A veces se cree que la pandemia del coronavirus va a terminar de modo natural. Como si fuera una lluvia que no puede durar siempre.

Lamentablemente no es así. La pandemia terminará solamente cuando se presente una de tres condiciones: que haya una vacuna o cuando el virus ya no esté circulando o cuando la mayor parte de la población haya desarrollado inmunidad natural.

Ninguna de ellas se ve al alcance.

Pese a las buenas noticias que surgen en diversos países, es un hecho que no tendremos la vacuna en el corto plazo. Los escenarios más optimistas indican que ésta podría llegar en el curso de 2021. Y luego se requerirían bastantes meses más para generalizar su aplicación.

Los países que han logrado frenar de manera drástica el contagio, comenzando por China, lo hicieron a partir de drásticas medidas de distanciamiento físico, así como el uso generalizado y obligatorio de los cubrebocas.

Además, en este proceso, usaron la aplicación de pruebas como un mecanismo para la detección de los brotes. Lo cual fue seguido por la trazabilidad de los contactos, lo que ha permitido evitar nuevamente un contagio generalizado.

Es el caso también de los países que tuvieron crisis sanitaria en los meses de marzo o abril en Europa, y que hoy, poco a poco se adentran en la nueva normalidad.

Respecto a la inmunidad natural, no hay, hasta donde sabemos, ningún caso en el mundo en donde se haya logrado establecer la llamada “inmunidad de rebaño”, que requiere como mínimo el 60 por ciento de la población contagiada e inmunizada.

Las estimaciones del porcentaje de contagios siguen siendo relativamente bajas en todos los casos, no rebasando más allá de rangos de 5 por ciento de la población total.

Los casos de éxito hasta este momento se han debido a periodos estrictos de aislamiento físico, que han logrado romper las cadenas de contagio.

Los casos más críticos, con un crecimiento persistente del número de contagiados, han derivado de esquemas muy laxos de distanciamiento físico o de aperturas prematuras a la circulación de la población sin medidas sanitarias adecuadas, lo que ha conducido a una nueva ola de contagios.

Como le comentamos en días pasados, más allá de los temas vinculados a la gestión política –que son relevantes sin duda– las sociedades extensas, complejas y con una alta prevalencia de economía informal, tienden a no guardar el distanciamiento físico de modo estricto.

Eso conduce a que el periodo de confinamiento que una parte de la sociedad sí guarda, eventualmente no ofrezca los resultados esperados, porque al término de éste, vuelve a darse un nivel de contagio considerablemente elevado.

Es, lamentablemente, el caso de México.

Las estimaciones nos dicen que el confinamiento que duró entre los últimos días de marzo hasta el mes de junio, habrá llevado a una caída del orden de 17 o 18 por ciento del PIB en el segundo trimestre del año.

Y, al término de este periodo, el nivel de contagio no va todavía a la baja de manera general, sino que incluso en algunas regiones del país va claramente hacia arriba.

Algo parecido sucede en Estados Unidos, en Brasil, en India, en Rusia, por citar solamente a un grupo de países.

Nos podemos enfrentar a un cruel dilema.

O bien asumimos una prolongada crisis sanitaria, con muchas decenas de miles de muertos todavía por llegar, o bien asumimos un nuevo periodo de confinamiento estricto que esta vez sí resulte eficiente para “aplanar la curva”.

Qusiéramos que de modo mágico, por estampitas o por oraciones, la pandemia cediera.

La realidad, sin embargo, amarga y cruel en ocasiones, no lo permite.

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